Tradicionalmente, en las zonas rurales, los meses de invierno han sido la época idónea para realizar las matanzas caseras y llenar de nuevo las despensas de víveres y conservas para todo el año. Cuando no existían neveras y congeladores, los días cortos y de frío permitían manipular la carne de mejor manera y las bajas temperaturas ayudaban a mantenerla en buenas condiciones durante días. También se evitaba la conocida “mosca de la carne”. Así, en las masías y también en los pueblos, después de sacrificar las reses, se dedicaba una larga semana a hacer morcillas, embutidos, freír la conserva, poner la carne en salazón y secar los jamones. Estas actividades se solían hacer coincidir con la Purísima, en diciembre.
Con el paso de los años, la postmodernidad, la llegada de la tecnología y la aceleración de la cotidianidad, estas tradiciones han ido desapareciendo. Pero no en todos los lugares. En las comarcas del Maestrazgo turolense y Els Ports y l’Alt Maestrat de Castellón, todavía sigue viva esta costumbre. Las familias se siguen reuniendo para trabajar y celebrar la matanza, normalmente de bovino o porcino.
Hasta la llegada de la pandemia. Y es que como todos sabemos, la mayoría de aspectos cotidianos se han visto alterados por la llegada del “bicho”, incluso tradiciones tan ancestrales como las matanzas caseras. Este año, la llegada de la sexta ola en diciembre y enero ha obligado a posponer estas celebraciones a finales de febrero. Y es que muchas familias han estado en terreno Covid más de un mes, hasta que uno tras otro, han ido superando el virus todos los miembros del clan. En otros casos, las propias matanzas han sido punto de contagio y de expansión del virus entre todos los asistentes.
Sea como fuere, una vez doblegada la curva y con los datos de contagios en niveles como los de noviembre, no hay que olvidar que el estómago no perdona y el buen tiempo ya asoma el morro. Hay que llenar de nuevo los congeladores. Es por esto que, después de la Covid, adiós al cerdo.